El baile en tiempos de coronavirus: ¿cómo volvimos a bailar en la cueva?
A raíz del confinamiento generado por la COVID-19, la tecnología y la creatividad se unieron para generar nuevas formas de danza que ayudan a mejorar la técnica individual y que sirven como un ejercicio terapéutico, e incluso de resistencia.
Es difícil establecer cuándo el ser humano bailó por primera vez. Pero en lo que parecen coincidir los especialistas es que el baile tuvo que ser lo primero, la expresión artística original. Antes de que hubiera palabras, el hombre ya se expresaba a través del cuerpo. Pinturas rupestres encontradas en España y Francia, con una antigüedad de más de 10.000 años, muestran figuras danzantes asociadas con rituales y escenas de caza.
“Fue la danza antes que la palabra. Y la danza nace de un confinamiento, de una necesidad del individuo de poder expresar lo que no puede hacer en el exterior, porque las fieras están fuera, ¿entiendes? Fuera está la lluvia, está esa cosa que es el clima, que es muy rara, están los grandes depredadores, y tú aún no has conocido el fuego”.
Sin embargo, “ya esos seres primitivos tenían grabaditas pequeñas figuras de danza”. Así lo asegura Alberto Estébanez, bailarín y coreógrafo español, y director del Certamen Internacional de Coreografía Burgos-Nueva York. Lo dice desde allí, desde Burgos, provincia donde están ubicados los registros de los primeros seres humanos primitivos europeos y desde donde, en lo que actualmente es el sitio arqueológico de Atapuerca, probablemente el hombre occidental bailó por primera vez.
Cien siglos después, volvemos a estar como entonces, confinados, temiendo ya no a una bestia hambrienta sino al agente infeccioso microscópico SARS-CoV-2, un tipo de coronavirus causante de la enfermedad COVID-19, que ha contagiado a casi 28 millones de personas en el mundo. Hoy, como si se tratara de una profecía anunciada por la canción de Jorge Drexler, quedamos atrapados en la circularidad de la historia y volvimos a “bailar en la cueva”.
Ahora estamos en cómodas viviendas y conectados mediante aparatos tecnológicos, pero el cuerpo sigue siendo el mismo, y la necesidad de expresarse también. Además, parece que en medio de los estrictos confinamientos aplicados en el mundo entero para evitar la propagación del virus el acto de reunirse y moverse al ritmo de la música será de las últimas actividades en volver.
Las academias cerraron sus puertas, los profesores temieron por sus empleos y los alumnos se confinaron. Entonces –como solución para casi todos los problemas–las plataformas de videollamadas y reuniones virtuales aparecieron como una alternativa a las fiestas o a las clases de baile tradicionales, sin importar si se trataba de zumba, danza urbana, ritmos africanos o ballet.
Xiomara Navarro, bailarina y directora de la escuela Zajana Danza, en Bogotá, entendió rápidamente que se tenía que adaptar. El 18 de marzo, dos días antes de que en la capital colombiana iniciara un estricto simulacro de cuarentena, la academia empezó a transmitir sus clases por Zoom, “claramente con todos los errores y demás, mientras aprendíamos, nos adaptábamos, mejorábamos el sonido, la logística de cómo crear una reunión”.
Al principio, todo era nuevo, complejo. Muchos de los alumnos prefirieron no continuar de forma virtual, ya que sentían que las clases no eran lo mismo. Para Xiomara, no se podría decir que eran mejores o peores. Simplemente la experiencia era distinta. De hecho, asegura que las habilidades que se desarrollan son diferentes.
Como aspectos positivos, resalta que el estudiante se vuelve más responsable del trabajo con su cuerpo, y que los profesores pueden dejar tareas y retroalimentaciones por video. También detectó que personas que se habían ido del país la contactaron para retomar las clases de forma remota. Por eso Xiomara considera que “la virtualidad vino para quedarse”, porque esta coyuntura abrió la posibilidad de tomar clases con profesores y alumnos que viven en otros lugares, en un ambiente multicultural.
“Ahora, ¿qué estamos sacrificando con el proceso virtual? La calidad del movimiento, que esas son correcciones que muchas veces no podemos hacer virtualmente, es decir, poder tener una percepción directa y física de la energía del estudiante”, añade la bailarina.
Pero, más allá de los detalles, considera que conectarse con otros y bailar puede tener un efecto terapéutico, sobre todo en un contexto de aislamiento. No sería, en todo caso, la primera vez que el ser humano baile para contrarrestar una epidemia. La peste negra habría influenciado fuertemente el surgimiento de la “danza de la muerte”, un género artístico del siglo XIV en el que la muerte era personificada e invitaba a los vivos a bailar con ella. Se cree que la gente daba saltos, gritaba y se convulsionaba en un rito macabro, puede que con el objetivo de expulsar la enfermedad.
“Yo creo que es muy interesante ver cómo siempre que hay una gran tragedia, la danza, por delante de todas las artes, ya te marca un camino. Luego ya vienen los pintores, los escenógrafos, los escultores, pero la danza siempre va un paso por delante”, afirma Alberto Estébanez. De hecho, en ese devenir histórico, prevé que debido a las normas de distanciamiento social se va a retomar “el fin principal para el que fue creada”.
“La danza partió de las plazas, de los pueblos, de la calle. Luego fue trasladada al palacio, y gracias al COVID va a volver otra vez a la calle”. En ese sentido, Estébanez considera que la pandemia ha tenido un efecto positivo entre los bailarines profesionales, que solían moverse únicamente en su esfera artística, entre los ensayos y las luces del escenario. Ahora el bailarín “vuelve a sentir a la gente a su alrededor, sale de su burbuja y se da cuenta que la gente sufre, o la gente goza, ríe, y él tiene que volver a plasmarlo”.
“Lo que yo veo –añade– es que hay una revolución pendiente que se va a producir: ¿Qué es capaz de hacer un individuo bien entrenado en una habitación de cuatro paredes? Es capaz de muchas cosas. Esa danza va a ser muy compleja y muy individual. Yo creo que le llamaremos la danza confinada”.
Pero en medio de esta revolución gestada desde las guaridas, ¿qué pasa con los bailes en pareja? Gonzalo Baquero es semiólogo, bailarín y profesor de tango, y trata de explicar cómo la pandemia ha transformado este baile de pareja por excelencia. Según explica, hay dos casos: están quienes además de ser pareja de baile lo son a nivel sentimental, los cuales no se vieron tan afectados porque pudieron seguir entrenando juntos. Los que están solos, en cambio, han tenido que encontrar un nuevo compañero: el palito, por lo general de escoba.
“Es duro –cuenta–, la verdad es duro porque uno no está acostumbrado, pero entonces uno empieza a entrenar con el palito, y lo que queda bueno es el uso de la imaginación. Siempre es bueno entrenar solo, pero todo lo hace uno en función del baile y de la pareja, entonces ahí uno termina bailando como con un fantasma, con una presencia”.
Debido a lo extraño que resulta bailar tango de forma individual, lo que ha pasado es que la gente ha decido meterse a clases virtuales, para repasar su técnica, asegura Baquero. “Al principio eran pocos, y después se llenó. La gente encontró -en las plataformas de videoconferencias- una alternativa para dar clases y cada cual como que se fue inventando estrategias, porque no es fácil”.
Eso sí, en las clases “te toca afinar la palabra”, porque como no puedes tocar a la persona, la palabra se convierte en el principal vehículo para explicar. En ese sentido, “uno sí encuentra que eso ha llevado a que la gente tenga un poquito más de consciencia de lo que dice y del movimiento”.
Otra figura que ha aparecido en medio del confinamiento es la del solista. De hecho, se han creado competencias y abierto categorías en las que el bailarín o bailarina de tango puede participar bajo esta modalidad; una alternativa que ha generado mucha controversia en las esferas más tradicionales, aunque a futuro podría permanecer, como una herencia de esta pandemia.
Lo cierto es que es mejor bailar solo que no bailar. Gonzalo coincide en que “ayuda mucho como una terapia psicológica, para manejar el encierro, la soledad y el ansia”. Pero no solo eso. También lo entiende como un acto de resistencia. “Aceptamos la orden de encerrarnos, pero el poder se ejerce sobre el cuerpo. Cuando a una persona le quitan la libertad, ¿cómo la castigan? La meten a la cárcel; o sea, su cuerpo lo encierran. Entonces esta idea un poco de moverse, con el palito, con la pareja, con lo que sea, pero bailando, también es una manera de sacudirse un poco de ese poder, que obviamente uno aceptó, pero del que uno está sintiendo todo su peso”.
Fuente: Anadolu Agnecy
BOGOTÁ, Colombia
Por: Emma Jaramillo Bernat